lunes, 4 de julio de 2011

Día a día VI

Acabado el desayuno toca el aseo dental. Pueda parecer una operación sencilla pero requiere su técnica y como en casi todo mucha paciencia. La verdad es que jamás pensé de tener tanta y reconozco que no es sólo mío el mérito de haber superado los límites imaginables de paciencia ya que, en mi caso, es absolutamente un logro compartido pues en todos estos años de dependencia de menor a mayor severidad jamás he identificado en la cara de quien se ha convertido en mi cuidadora principal una simple mueca de hastío, cansancio, repugna y eso, más que otra cosa, a lo que contribuye es que todo se vuelva natural, es decir, que uno reciba la ayuda del otro sin angustia, sin ese nudo en el estómago de saber que el otro te presta su ayuda por alguna especie no definible de imperativo, legal o de otro tipo, que uno nota de manera indefectible con el solo hecho de que te pongan la mano encima. Así que la diferencia, la notable diferencia, es que cuando te pone la mano encima notas un simple y todopoderoso acto de amor, que aunque repetitivo a lo largo del día no me canso de reconocer, valorar, aceptar y admirar uno a uno. La verdad es que no encuentro palabras para recrear cada uno de esos momentos. Hago referencia a todo esto porque uno de los mayores inconvenientes de no poder hacer por uno mismo determinadas cosas es que incluso en las cosas más cotidianas uno encuentra con bastante facilidad la diferencia de como lo hacen los demás con respecto a como lo haría uno mismo, tomando como referencia, por supuesto, al recuerdo de cuando lo podía hacer, y no hablemos cuando se trata de cosas más "técnicas" o de quehaceres más predestinados a los que entenderíamos como mañosos o, utilizando una palabra catalana que me trae buenos recuerdos de infancia, aquello que un buen “traçut” hace con maestría y que le da validez a su propia definición. Dicho de otra forma, que me enredo, ver a Eva con un destornillador en la mano puede llegar a poner a prueba todos los resortes imaginables de contención dialéctica, mental, etc., aunque en sí mismo, el acto es del todo meritorio por la reconocida alergia a ese tipo de herramientas y trabajos manuales apropiados para esas herramientas a las que en unas condiciones normales jamás debería haberse enfrentado.



Así que reconociendo el esfuerzo mutuo de adaptación sólo me viene a la cabeza aquel poema de Miquel Martí i Pol titulado Solstici y que empieza con la recomendación universal de "reconduïm-la a poc a poc, la vida...", ya que sólo así es posible soportar las contingencias que nos presenta la vida, y no sólo una enfermedad sino determinadas ausencias e impertinentes tropezones.



Reconduïm-la a poc a poc, la vida,



a poc a poc i amb molta confiança



no pas pels vells topants ni per dreceres



grandiloqüents, sinó pel discretíssim



camí del fer i desfer de cada dia.



Reconduïm-la amb dubtes i projectes,



i amb turpituds, anhels i defallences;



humanament, entre brogit i angoixes,



pel gorg dels anys que ens correspon de viure.





En solitud, però no solitaris,



reconduïm la vida amb certesa



que cap esforç no cau en terra eixorca.



Dia vindrà que algú beurà a mans plenes



l’aigua de llum que brolli de les pedres



d’aquest temps nou que ara esculpim nosaltres.





Tras el aseo bucal toca prepararse mentalmente para un período de quietud casi total. Se trata de aguantar de la forma más entretenida posible un período aproximado de dos horas, hasta las 12, en el que Eva aprovecha para realizar las tareas de intendencia normales en una casa. Dicho de una manera más coloquial aprovecha ese tiempo para realizar la compra o para hacer cualquier tipo de gestión que el día a día de cualquiera provoca. Mientras, yo intento batallar frente al televisor con el aburrimiento, auténtico enemigo de esta situación de invalidez severa así que apuro los últimos minutos de debate televisivo que día sí, día no, me exaspera por la opinión de determinados contertulianos hasta el momento de que se presume la aparición desagradable de quien en anteriores líneas ya he hecho referencia. Luego se trata de aprovechar alguna grabación de alguna película nocturna que alguno de los canales televisivos han dado la noche anterior, o de alguna carrera de motos del domingo anterior y que no hubo oportunidad de ver en directo y como recurso no confesable ver alguna película descargada de Internet. Si algo tiene esta enfermedad es que el cuerpo se deteriora mientras la mente se conserva intacta, incluso superentrenada ya que la ausencia de determinados conflictos o de determinadas obligaciones como la de tener que aguantar a un incompetente jefe en tu puesto de trabajo hace que ésta se mantenga más clara y menos saturada y que por lo tanto pueda emplearse para reflexiones de más alto calibre. Pueda parecer una incongruencia ya que el solo hecho de padecer una enfermedad tan destructiva pudiera provocar que la mente estuviera todo el día preocupada o torturada en lamentar tal o cual pena, tal y cual impedimento, pero los mecanismos de supervivencia o de resistencia vital hace que la conciencia y la inconsciencia esquive el pensamiento negativo con enorme maestría una y otra vez.




Así que el aburrimiento es realmente el enemigo a batir, la sensación a combatir, por tanto adaptando cierta oración aprendida en el pertinente colegio religioso... "Yo pecador me confieso a ti, todapoderosa ministra, creadora de la ley anti descargas, que utilizo el Emule para combatir mi aburrimiento" (ni que decir tiene que esta confesión es una metáfora, una ficción literaria. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia).



Ya estoy conectado a esa otra ventana, esta televisiva, y rodeado de determinados estímulos visuales entre los que habría que destacar parte de la obra pictórica de mi hijo Miquel, resultado de sus inacabados e inacabables estudios de bellas artes. Hace tan sólo un par de semanas y por culpa de un nerviosismo ajeno a cualquier circunstancia provocada por mí se le escapó la sutil acusación de que "presumía" de hijo. Tal vez mi subconsciente tenga esa tendencia porque juntamente con la enfermedad que nos ocupa el ser padre representa el hecho vital más importante de toda mi vida, aunque el consciente solo hace que regatear minuto tras minuto de su presencia, como una especie de grito en la oscuridad, pero no de compañía limosnera, sino el de aquel que ama y necesita tener al ser amado lo más cerca posible y el mayor tiempo disponible. En el momento de la separación de la que ya hemos hecho alguna insinuación, aquella con la que compartí 15 años de vida dijo solemnemente que... "no quiero que los niños vivan tu enfermedad", y puedo dar fe de que así ha sido, pues el resultado final es que pese a todas las inconveniencias visibles y que por negación informativa son las únicas de las que disponen ambos, se produce el hecho gracioso de que aunque solo sea por simples comparaciones con casos televisivos o cinematográficos ellos siempre minimizan mis inconveniencias hasta el punto de no ver ninguna gravedad pase lo que pase o vean lo que vean, y ante esto tampoco tengo porque negarme mi propio mérito al convertir en normal determinadas situaciones que para la inmensa mayoría serían auténticos dramas.




Pero para desdramatizar la sutil acusación y esa parte del pasado más incómodo y mientras seguimos discutiendo en cada ocasión que se presenta si sus habilidades son o no son un don innato, cabría recordarle a mi estimado hijo que cada uno de sus trabajos colgados en las paredes de mi casa fueron el tributo en especie de ciertas financiaciones de alguno de sus viajes a lo largo y ancho de nuestra geografía hispánica, en busca de su placer más terrenal y al que de forma más desinteresada colaboré, contribuí y en algunos casos observé estupefacto.



Por hoy ya hay bastante. Hasta el próximo.

Continuará...