viernes, 7 de enero de 2011

Miedo

Llevo días sin escribir y hoy me he decidido a ponerme ante el ordenador sin tener claro el qué, ni el título, ni el resultado final. Estoy como el delantero del equipo asediado por el contrario y que se mantiene, sólo, en esa zona del campo rozando los límites del fuera de juego. Tal vez sea que empiezo a sentir los primeros síntomas de que la voz se me apaga o tal vez sea la Navidad que, un año más, me provoca una depresión controlada y que me sulfura al oír los típicos tópicos y al ver esas entrañables escenas comerciales y televisivas en las que unos supuestos sentimientos invaden todos nuestros corazones. Siempre me ha provocado una risa especial pensar que durante todo el año podemos ser unos auténticos "hijos de puta", pero que llegada esta época del año nos damos a nosotros mismos una tregua de nuestras maldades más inconfesables para volvernos amorosos como osos.

Hace días leía el apunte de un compañero en el que hablaba de heroicidades atribuyendo méritos ajenos y sin querer entrar en debates y sin querer restar esos méritos, pues por lógica se lo merecen, convendría también autoreivindicarnos por nuestra especial situación aunque esto provoque algún comentario ajeno acerca de nuestro victimismo. Porque lo que es irrefutable es que nosotros somos quienes padecemos en primera persona nuestro mal, nuestro deterioro físico, quienes contemplamos de cara nuestra especial sentencia, los que debemos realizar el ejercicio mental para renegar del futuro cierto y del incierto y seguir adelante día a día y los que debemos mantener atados en corto toda una serie de miedos.

Y realizando un recurso cómico Buenafentil (al que agradezco que me mantenga entretenido) utilizaremos las conocidas frases subordinadas monárquicas para hablar del miedo. Miedo, ¿a qué? Dicen que el miedo paraliza. Lo dicen toda a una recua de filósofos más o menos mediáticos y más o menos leídos que aprovechan su tirón para aleccionarnos cuanto pueden. Parece que nos hemos de sentir mal por tener miedo y de hecho a lo largo de la historia poderosos de cualquier credo y condición se convirtieron, se convierten y se convertirán en gestores y generadores perversos de nuestros miedos para tenernos apabullados, paralizados y así poder ejercer, ellos, su poder de forma más fácil y menos cuestionada. En nuestro caso, o perdón, en mi caso, la paralización o la inmovilidad es la que me genera de vez en cuando miedo o terror y es cuando el músculo cerebral se ve sometido a mayor ejercicio ya que éste es el único que, llegado a este punto, podemos ejercitar para poder controlar ese miedo y ese terror, para mantenerlo a raya y para poder seguir conviviendo con él y viviendo con nosotros mismos.

La situación es fácil de imaginar pero creo que difícil de comprender. Hace poco recibía la visita de un compañero de ascensiones del pasado y me relataba que una vez había realizado el ejercicio mental de imaginarse inmóvil en una cama o en un sofá y a partir de ahí imaginarse el resto de situaciones o de necesidades que de forma mecánica y natural pueden generarse con el transcurso de los días, de las horas, de los minutos y de los mismísimos segundos. Ahora bien, el ejercicio no es del todo representativo porque el que accede voluntariamente a esa inmovilidad sabe que en determinado punto en el que el vértigo se nos comporte insufrible o insoportable sólo tendrá que poner fin al experimento. Es decir, la situación es temporal y la daremos por finalizada en el momento que lo deseemos. Pero lo nuestro no es así y no me extenderé más por no provocar este especial vértigo ajeno. Así que una vez comprendido este "insignificante" detalle y al margen de que no podamos ni siquiera hacer zaping televisivo por nosotros mismos, si en algún despiste se nos ocurre dar rienda suelta a nuestra imaginación aparecen desbocados esos miedos y esos terrores a los que antes aludía disfrazados de las más variopintas y posibles situaciones y circunstancias que podamos imaginar. Pondré un simple ejemplo sin querer producir ningún pavor generalizado. Imaginemos por un momento que la persona que nos atiende y a la que más amamos sufra un simple desvanecimiento, un simple y desafortunado golpe que la imposibilite hasta el punto de que ni siquiera pueda llegar al teléfono más cercano. Nosotros ante tal situación sólo podremos asistir inamovibles ante tal suceso, sin poder aportar ayuda o solución, sin poder ofrecer asistencia de ningún tipo y el "fenómeno", traumático para todos, se nos convertiría a nosotros en escena terrorífica.

Pero en fin, por hoy lo dejaremos aquí, pues ya veo que la resaca navideña me conduce por derroteros catastróficos y poco "fiesteros" y para nada deseo empañar el buen inicio de año que todos nos merecemos.